La Ciencia y la Resiliencia: Cómo las experiencias de la Infancia moldean nuestro Sistema Nervioso

Durante años, las investigaciones científicas han explorado la profunda conexión entre el cerebro, las emociones y el comportamiento humano. Todos los seres humanos compartimos biológicamente la necesidad de relaciones seguras, de ser tenidos en cuenta y pertenecer a diversos grupos sociales.

Las experiencias adversas en la infancia tienen un fuerte impacto en el desarrollo del sistema nervioso, especialmente en el nervio vago.

Ambientes de crianza difíciles, caracterizados por condiciones de extrema pobreza, rechazo social, discriminación, indiferencia, distancia afectiva, maltrato, enfermedad física o mental de cuidadores o algún familiar, crianza basada en la invalidación emocional, negligencia, abuso sexual, bullying, o vulnerabilidad socioeconómica, pueden tener efectos duraderos.

Las personas que no han tenido la posibilidad de contar con relaciones satisfactorias, caracterizadas por la respuesta adecuada para satisfacer las necesidades físicas, emocionales y psicológicas, suelen presentar dificultades en la regulación emocional.

Las experiencias adversas o satisfactorias tienen un impacto en el funcionamiento cerebral y la regulación emocional, impactando tanto el desarrollo neurobiológico como las capacidades de relación y regulación emocional. Comprender estos efectos desde las neurociencias y la teoría polivagal puede guiar intervenciones efectivas para apoyar a los niños afectados.

Los niños expuestos a situaciones adversas pueden quedar atrapados en un estado de defensa crónica, con predominancia de la rama dorsal del nervio vago, manifestándose en comportamientos de inmovilización o «congelación». La exposición a adversidades puede llevar a una disfunción en la rama ventral del nervio vago, dificultando la capacidad del niño para relacionarse socialmente y encontrar seguridad en las relaciones interpersonales.

El amor, entendido como un conjunto de conductas, emociones, pensamientos y acciones dirigidas a la búsqueda de relaciones afectivas recíprocas y la construcción de redes de apoyo, es fundamental para la supervivencia de la especie. La teoría polivagal proporciona respuestas consistentes a muchos interrogantes sobre el temor al rechazo, el aislamiento y la desconexión, así como la vergüenza, temas comunes en mis 19 años de trabajo como psicóloga clínica.

Podemos pasar de estados de apertura y conexión a estados de defensa ante un gesto, una palabra o una mirada dispersa. Estos cambios están guiados por nuestro sistema nervioso, que constantemente detecta señales de seguridad o peligro y responde en consecuencia.

  1. Vía Vagal Parasimpática: Asociada con la calma, la seguridad y la conexión social. Cuando nos sentimos seguros, esta vía se activa, permitiendo interacciones efectivas y emociones positivas.
  2. Vía de Movilización Simpática: Se activa en situaciones de estrés o amenaza, responsable de la respuesta de «lucha o huida», aumentando la energía y la vigilancia.
  3. Vía de Inmovilización Dorsal Vagal: Se activa en situaciones de extrema amenaza, provocando una respuesta de «congelación» o «inmovilización» como mecanismo de protección.

Descubrimos la fascinante ciencia detrás de la necesidad básica de sentirnos lo suficientemente seguros para que nuestro cuerpo y mente puedan sostener el deseo de abrazar la vida y atrevernos a vivirla plenamente. La teoría polivagal nos ofrece una comprensión única, tanto fisiológica como psicológica, de cómo navegamos por los altibajos emocionales.

Desde una perspectiva polivagal, el Sistema Nervioso Autónomo es la base biológica de cada experiencia vívida. Gestiona riesgos y modela nuestros estados fisiológicos, influyendo en nuestra capacidad para regularnos y sentirnos seguros en las relaciones. El trauma puede interrumpir este proceso, pero la terapia polivagal ofrece esperanza, ayudándonos a reconectar con nuestro deseo innato de conexión.

Comprender que los comportamientos de supervivencia son respuestas arraigadas en experiencias pasadas y parte de nuestra condición biopsicológica humana nos permite abordar estos patrones con compasión, reconociendo nuestra humanidad compartida y resiliencia. Así, nos embarcamos en un viaje para recuperar la conexión perdida y encontrar el equilibrio entre la supervivencia y la conexión humana.